martes, 11 de mayo de 2010

Vivo en el país de todas las décadas

Sábado de tarde de estudio, aburrido por naturaleza, sin escapatoria. Final de la jornada: el descuelgue, el cuelgue? Que hago? El des-cuelgue; lo que sea. Calle-estación-cerveza, existo luego pienso.
Amigos que bancan pero no hoy, mano a mano colega. un brillo(espuma) color ámbar.
Llamo al colega, tampoco está pero "bajame un finito". "Sabelo". Isla de Flores y pa'arriva: las llamadas. Allá me fui, tabaco en mano y salud en el bolsillo.

Llegar, hipnotizarme y observar: caras pintadas, personas de todas las edades. Así es este país. Bailarinas, sonrisas, miradas, iluminación ideal; de este lado, caras de felicidad, por todos lados. Sonríe el chiquito que esta en el lugar mas privilegiado: los hombros de su padre. Desde allí ve pasar comparsas, banderas, cuerpos contorcionándose al ritmo de las voces del camdombe y su repique, bailando de alegría.
"Un poco mas ahí?" Dale..."apretados que entramos todos?" No, estamos bien. No exagero: parado sobre la reja al costado de la tribuna, espectando el deslfile; las hermosas bailarinas, los talentosos bastoneros, acaso no pueden faltar los abuelos? Y la cuerda de tambores, de ahi sale ese impactante melodía dificil de comparar, esta es su noche, la de los sonidos. prendo mi porrito y enseguida caen colegas. "todo bien, a todos nos pasa..." Buena actitud, pelado!

De pronto, la vigilancia cede y la gente lo único que pretende es estar mas cómoda. Suben ilusionados. El público siente como los que desfilan, vibran en la misma sintonía, saben de qué se trata por eso todos se divierten. Cada uno a su manera. No hay como el paisito...
Ahora hay movimiento en la tribuna, gente de azul y negro echando a niños y personas mayores. "De acá se bajan todos los colados!" No le habrá sobrado las últimas dos palabras?, pienso. Gente educada y tolerante, entiende. Bajan, con pereza, pero obedecen.

Resignado vuelvo mi mirada al desfile, apoyado contra la tribuna estoy a salvo y olvido el mal momento que el policía impone. Sus ladridos desorientan a todos a mi alrededor pero ya olvidan el infortunio. Siguen disfrutando y el oficial pierde protagonismo, solo él se da cuenta. Ya nadie lo mira pero se siente mal, desubicado. Me mira: un chico que no da trascendencia ante su presencia soberana. Ya entendí, por eso nunca intenté trasgredir los límites.
"No entendiste! Bajate de ahí!" En un afortunado movimiento giro mi cuerpo justo a tiempo. La cachiporra que busca mi cabeza pero encuentra mi hombro.

El golpe logra su cometido y me saca de mi lugar. A donde me lleva? No intento entender lo que pasa porque el dolor se hace presente y acapara todos mis sentidos. Giro y lo miró a sus ojos. Veo un vacío lleno de furia, la incapacidad empalmada por la infelicidad y la persona reprimida que la encarna. Un metro sesenta armado hasta los dientes que intimida. Mi mirada no cede, ahora siento que mira diferente y pasa a ser de repudio y odio: me contagiaste. Poco a poco llega la decepción, no todos estamos tan felices.
Ya no quiero ser parte de este lugar. Desvío las miradas de empatía del resto de los presentes; aquellos que nada tienen que ver con ese desagradable momento.
Cuando el milico baja de la tribuna, ya no estoy para regalarle la tranquilidad de ver a su reprimido. Me voy cuando ya nadie nota mi presencia. Mi hombro entumecido recuerda tu conducta, mi paciencia no tiene alternativa y se rebusca en la idea de nunca darle la espalda a un policía. Pienso y concluyo que el abuso de la autoridad apresa hasta el más humilde individuo. Me apena su reputación y olvido el asunto.

Entiendo y me doy cuenta: puedo saber donde estoy parado.