domingo, 13 de diciembre de 2009

Y allá, por el Sena, estaba la librería…


El frío cruel de diciembre queda del otro lado de la puerta de Shakespear & Company, en la rue 37 de la Bûcherie, justo al costado izquierdo de Nôtre Dame y de cara al río Sena. Dentro de la tienda el clima es cálido y hay mucha luz, a pesar de que ya oscureció.
Aparenta ser una librería cualquiera. En la entrada 20 personas curiosean las últimas novedades literarias. El lugar esta tan atiborrado de cosas que hay que moverse con cuidado, esquivando gente, torres de libros y escaleritas que llegan hasta la cima de los estantes. Hacia el fondo de la habitación se escucha un piano; un joven de 25 años intenta sacarle alguna melodía a ese instrumento con algo de éxito: se nota que esta abstraído del mundo. A un costado del pianista, una angosta escalera de madera lleva a la otra planta. Arriba, una leyenda escrita con letras enormes muestra la filosofía del lugar: Sé hospitalario con los forasteros, podrían ser ángeles disfrazados. Parece una librería como otras pero no lo es.
En la parte de arriba apenas se escucha el piano, lo que reina es el silencio. Una máquina de escribir iluminada con un foco de luz evoca un altar. Nadie la toca, pero quedó “beatificada” ahí. Al otro costado se ve una pared repleta de mensajes pinchados sobre una cartelera, postales y cartas de agradecimiento de todas partes del mundo. También se leen declaraciones de amor atrapadas en corazones dibujados.

Desde que abrió este lugar en 1951 se calcula que unas 50.000 personas han dormido aquí. Este local, además de ser librería y financiarse gracias a la venta de libros (sobre todo en inglés), funciona como hospedaje para cualquier joven escritor desconocido que no tenga dinero para alojarse en París. A cambio de eso el huésped debe leer mucho, trabajar dos horas diarias en la tienda y, antes de marcharse, dejar una carilla escrita con algo de su obra.
El edificio entero es un monasterio de la Edad Media. Y sigue siendo un templo, ahora de la literatura. Es un espacio en el que es difícil distinguir entre lo público y lo privado. Tampoco se sabe quién es cliente, huésped o simple curioso. Sin embargo, todo el mundo parece sentirse cómodo y moverse a sus anchas.
Quién lo desee puede hurgar hasta encontrar la obra que busca y sentarse a leer. Se dice que William Burroughs venía a consultar los libros de medicina mientras escribía El almuerzo desnudo. Es que en la Shakespeare & Company han dormido y tomado el té incontables escritores, políticos, filosofos, poetas y cineastas. Lo cuentan, por ejemplo, las fotos de Henry Miller, Anaïs Nin y Lawrence Durrell colgadas en la pared. Y las firmas y los escritos desparramados en los estantes.
Este lugar atrajo a Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Hunter Thompson. También a Paul Sartre, Simone de Beauvoir y André Breton. Ninguno de ellos creció como escritor en esta librería, pero fueron amigos del dueño, George Whitman, un librero estadounidense, quizá un escritor frustrado, oriundo de Boston, que ahora cumple 96 años.
Henry Miller describió este lugar como “La maravillosa tierra de los libros” y Anaïs Nin, en su diario de los años 50, escribió: “Y allá, por el Sena, estaba la librería (…) nada firme en sus cimientos, pequeñas ventanas, postigos arrugados. Y ahí, en la parte de atrás de la tienda, en una pequeña y superpoblada habitación con escritorio y una pequeña cocina, estaba George Whitman, desnutrido, barbudo, un santo entre sus libros, financiando y alojando amigos sin un centavo en el piso de arriba. Nada ansioso por vender”.

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